Cemento y acero dominando el paisaje; instalaciones artificiales sustituyendo sin más, espacios naturales (en el año 2019, se consumieron en el mundo 4,500 millones de toneladas de cemento y 1,800 millones de toneladas de acero, para satisfacer las necesidades y caprichos de más de 8 000 millones de seres humanos). La imagen es la misma; urbanización por sobre entornos naturales: el ser humano no armoniza con la naturaleza. A esta, hay que arrinconarla, seccionarla, ubicarla, usarla, de tal suerte que se vea “linda” u “ordenada”, pero que no estorbe o ensucie. La Organización Mundial de la Salud sugiere entre 10 y 15 m2 de área verde por habitante, en zonas urbanas. La pandemia de Covid 19, mostró su valor y necesidad. Sin embargo, en la Ciudad de México, en los espacios urbanizados, apenas se alcanzan los 7.54 m2 por habitante y cada vez más “baldíos” se tornan en espacios “cementados”. Desafortunadamente, esta es la misma tendencia de pensamiento en las instalaciones en instituciones educativas, sobre todo en zonas urbanas, que a su vez cada día son más extensas y pobladas. El ser humano es quien dicta, es el dictador de este planeta; no dialoga, impone. La naturaleza no es deseable, a menos que sea para servir a los intereses del hombre, pues finalmente, es un “recurso” que está bien que esté, mientras proporcione “servicios” o no se muestre ociosa.
El mensaje tácito no es positivo desde el punto de vista del equilibrio ecológico y tampoco del espiritual, que sí cuenta al momento de aspirar a conseguir algo llamado “calidad de vida”. Si bien, las instalaciones humanas tienen un fin y necesariamente requieren ciertas características de funcionalidad, esta última ha sido mal entendida en varios sentidos. Primeramente, no había una razón fundamental para hacer a un lado lo natural, puesto que, como en la actualidad los datos lo demuestran (incluso la gente ya lo percibe), se ha llegado al punto en que, a fuerza de seguir la misma tónica, las consecuencias negativas de corte ambiental e incluso, social, serán insostenibles. Asimismo, funcionalidad no es lo mismo que comodidad. En tercer término, prácticamente siempre se ha privilegiado la rentabilidad financiera por sobre el respeto al paisaje, al valor intrínseco del entorno natural y por sobre las necesidades del resto de las especies de flora y fauna que habitan el planeta. En el caso de las escuelas en México, sus instalaciones se establecen buscando “no gastar”, lo cual ha dado como resultado, espacios totalmente cementados, conceptualmente inadecuados a las condiciones climáticas en muchos lugares, con áreas verdes insuficientes y descuidadas, sin un plan de manejo ni un claro objetivo paisajístico. Existen múltiples estudios que corroboran y refuerzan las consecuencias negativas de eliminar los espacios naturales para establecer espacios de cemento, acero y cada vez más, plástico.
CICEANA es consciente de esta situación, por lo que ha desarrollado su programa de “Escuelas Sustentables” para fomentar que las instituciones educativas den un giro conceptual, hacia establecer un diálogo armónico con la naturaleza, principalmente en zonas urbanas, pero, asimismo, en zonas rurales, donde la tendencia constructiva es similar. El giro no solo en el aspecto de paisaje, sino de aprovechamiento eficiente e integral de otros elementos naturales, como el agua, la energía o la generación y manejo de residuos, lo cual va entrelazado con programas educativos que den sentido a los alumnos sobre el entorno que los rodea y el valor en sus vidas, de abrazar la sustentabilidad como filosofía de pensamiento y acción.
El objetivo del programa consiste en fomentar un equilibrio entre las funciones propias de las instalaciones educativas con la funcionalidad del entorno natural mismo, lo que implica muchas veces, la recuperación de áreas verdes descuidadas y sin plan paisajístico o ambiental alguno, además de la reconversión de espacios grises hacia verdes, y de aprovechar sustentablemente otros elementos naturales, en aras de conseguir una escuela sustentable. No se trata de hacer a un lado la naturaleza, como tradicionalmente se hace; se trata de insertar armónicamente las instalaciones humanas dentro de ella, de tal suerte, que la armonía instalaciones-paisaje persista y la funcionalidad ecológica, se incremente y establezca.
El programa busca cambiar, asimismo, el sentido humano de seccionar el entorno: una vez hecha a un lado la naturaleza, hay que “traerla de vuelta” de manera atomizada y “ordenada”. La naturaleza no se comporta así. No es necesario un jardín de polinizadores ni un mariposario o lo que se ocurra; si se contempla un plan maestro paisajístico, el jardín de polinizadores ocurre a lo largo de diversos espacios en las instalaciones, lo mismo que las mariposas acuden y habitan con libertad, o las aves establecen su hábitat sin necesidad que se les guie. Pedagógicamente hablando, esto es más educativo que seccionar, pues los alumnos comprenden mejor a la naturaleza, más ahora, que de alguna manera deben volver a comprenderla y valorarla como parte íntima de sus vidas y no como una opción de moda, de ser “verdes”.
De entrada, CICEANA ha propuesto a algunas escuelas, entre ellas la IAP “A Favor del Niño” en Magdalena Contreras, en Ciudad de México; la escuela secundaria 0774, en Valle de Bravo, Estado de México y la escuela secundaria No. 18 “Plan de Ayala” en Milpa Alta, Ciudad de México, establecer el programa en sus instalaciones. Lo mismo ocurrirá en algunas comunidades rurales de Oaxaca (que, asimismo, requieren recuperar el sentido de un desarrollo de tipo armónico con la naturaleza), al corto plazo. En el caso de la IAP y la secundaria 0774, ya se cuenta con un programa educativo de formación de los estudiantes, en el entendimiento de la sustentabilidad, y en ambos casos, se está conformando el plan maestro para la reconversión de sus instalaciones en espacios armónicos con el entorno ambiental y natural.


Proyecto conceptual. Escuela Secundaria “Plan de Ayala”, Milpa Alta, Ciudad de México
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